| [66 En cambio, en lo referente al día aquel o el momento, nadie entiende, ni siquiera los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo y únicamente el Padre]. 37 Ahora bien, lo que pasó en tiempos de Noé pasará en la llegada del Hijo del hombre; 38 es decir, lo mismo que en los días antes del diluvio la gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca 39 y, estando ellos desprevenidos, llegó el diluvio y arrambló con todos, así sucederá también en la llegada del Hijo del hombre. 40 Entonces, dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; 41 dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. 42 Por tanto, manteneos despiertos, pues no sabéis qué día va a llegar vuestro Señor. 43 Ya comprendéis que si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, se quedaría en vela y no lo dejaría abrir un boquete en su casa. 44 Pues estad también vosotros preparados, que cuando menos lo penséis llegará el Hijo del hombre. |
| El capítulo 24 del evangelio de Mateo comienza con la salida definitiva de Jesús del sistema religioso judío simbolizado en el templo de Jerusalén: Jesús salió del templo. Pero sus discípulos siguen fijos los ojos mirando —admirando— la grandiosidad de aquellos edificios: mientras iba de camino se le acercaron sus discípulos y le señalaron los edificios del templo, pero él les repuso: ¿Veis todo eso, verdad? Os aseguro que no dejarán ahí piedra sobre piedra que no derriben. Aquel sistema religioso acabaría muy pronto en la ruina. Los discípulos, sin embargo, de acuerdo con la mentalidad dominante en aquel momento, piensan que esa ruina será un paso previo y necesario hacia una restauración definitiva de Israel. Y en el Monte de los Olivos, frente al templo, le plantean a Jesús una doble pregunta: cuándo se producirá la ruina del templo y cuándo llegará el fin de la historia: «Estando él sentado en el Monte de los Olivos, se le acercaron los discípulos y le preguntaron aparte: -Dinos cuándo va a ocurrir eso y cuál será la señal de tu venida y del fin de esta edad». (Mt 24,3). Con el párrafo que se lee este domingo, Jesús comienza a responder a la segunda pregunta, la que se refiere a su venida y al fin de la historia. Y la respuesta (que no está incluida en la lectura de la celebración litúrgica) es clara: eso sólo lo sabe el Padre: «En cambio, en lo referente al día aquel o el momento, nadie entiende, ni siquiera los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo y únicamente el Padre».(Mt 24,36). La llegada —aquel día o el momento— del Hombre —el Hijo del Hombre— alude al fin individual y al fin de la historia humana, y señala el momento en que cada persona alcanza su plenitud humana y el día en el que la humanidad alcanza su plenitud. Entonces se alcanzará el cumplimiento pleno a la esperanza de sus seguidores: respecto a cada uno de sus seguidores, recogerá y se llevará consigo a los que hayan dado su vida para que se pueda lograr su proyecto; respecto a la humanidad desaparecerá definitivamente cualquier modo de injusticia y opresión (Mt 24,30). Pero nada sabemos de los tiempos en que eso ocurrirá, —ese asunto está en las manos del Padre, sólo en sus manos— llegará repentinamente, sin avisar. Lo importante no es, por tanto, el cuándo, sino la actitud que hay que mantener: una actitud de solidaridad permanente —manteneos despiertos— con la causa de Jesús, es decir, hay que mantenerse activos y comprometidos con la construcción de un mundo fraternal y justo frente a los poderes opresores del hombre. La expresión «manteneos despiertos» se entenderá mejor si se pone en relación con el pasaje de la oración del huerto (Mt 26,38.40.41), cuando Jesús pide a Pedro y a los hijos de Zebedeo que se mantengan despiertos con él. Les está pidiendo que lo acompañen hasta el final, que se mantengan fieles a él, identificados con su proyecto y solidarios con su persona. Jesús, en ese momento, está a punto de entregarse a sí mismo, llevando así a término su compromiso de amor a la humanidad. Y al exhortarles a que se mantengan despiertos, está proponiendo a sus discípulos —a nosotros, hoy— que sean capaces de un amor como el suyo, que se mantengan, ellos también, fieles a su compromiso, especialmente cuando las dificultades, los conflictos y las persecuciones lleguen y que también ellos estén dispuestos a llegar, si fuera necesario, hasta el don de sí mismos. |