Así habló Moisés al pueblo:
    ²  Que respetes al Señor, tu Dios, guardando toda la vida todos los mandatos y preceptos que te doy -y también tus nietos-, y te alargarán la vida.
    ³ Escúchalo, Israel, y ponlo por obra, para que te vaya bien y crezcáis mucho. Ya te dijo el Señor, Dios de tus padres: «Es una tierra que mana leche y miel».
    ⁴ Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es solamente uno.
    ⁵ Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. ⁶  Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria, ⁷  se las inculcarás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado; ⁸ las atarás a tu muñeca como un signo, serán en tu frente una señal; ⁹ las escribirás en las jambas de tu casa y en tus portales.

    Este fragmento que era -y lo es todavía en la actualidad- recitado cada día por los israelitas piadosos constituye la introducción a una nueva recopilación de leyes contenida en los capítulos siguientes. La razón que asiste a Dios para exigir a su pueblo el cumplimiento de estos mandamientos está siempre relacionada con la liberación de Egipto (6,12.21...) y el don de la tierra prometida (6,1.3.23...)
    Por su parte, la motivación que debe tener Israel para cumplir los mandatos del Señor es el amor, que se presenta como la primera de estas exigencias: «Amarás al Señor tu Dios...». Este primer mandamiento es al mismo tiempo la expresión de la fe monoteísta, fe que el israelita confiesa en su recitación diaria de estas palabras.
    El cumplimiento de estos mandatos es, al mismo tiempo, garantía de vida y bienestar.