Por tanto, si habéis resucitado con el Mesías, buscad lo de arriba, donde está el Mesías sentado a la derecha de Dios; estad centrados arriba, no en la tierra. Moristeis, repito, y vuestra vida está escondida con el Mesías en Dios; cuando se manifieste el Mesías, que es vuestra vida, con él os manifestaréis también vosotros gloriosos.

    En los párrafos anteriores se está refiriendo Pablo a la tendencia de muchas personas o comunidades humanas a convertir lo terreno, lo humano, en divino, sacralizando espacio y tiempo (fiestas, lunas nuevas o sábados... Col 2, 16), y elevando las costumbres humanas a la categoría de ley de Dios (“No tomes, no pruebes, no toques” de cosas que son todas para el uso y consumo, según las consabidas prescripciones y enseñanzas humanas... Col 2,21-22).
    Para los cristianos, que ya participan de la vida de Jesús resucitado, todo eso es asunto sin trascendencia; lo que realmente importa es estar centrados arriba, no en la tierra, es decir en cómo Dios quiere que se a la vida de los seres humanos y en cómo ha de ser la relación de éstos con el Padre Dios (no entendamos esta frase como un antagonismo entre cielo tierra, sino que se refiere al modo de vida que Dios propone y al que se ha ido dando la humanidad).  Por eso, quien debe ser el centro del interés y la vida de los cristianos es el Mesías quien, llegado ya a la meta y sentado a la derecha de Dios constituye el proyecto de ser humano plenamente realizado. Ese es el objetivo que ha de orientar nuestro compromiso y nuestras vidas.