
| 6 de enero de 2026 |
No me llames extranjero(1)
Epifanía significa manifestación: Dios se ha manifestado a toda la humanidad en la persona de Jesús. Este es el mensaje central del evangelio de hoy: el diálogo de Dios con la humanidad ha roto todas las barreras; su Mesías ya no es el mesías de Israel, sino el de la humanidad, de toda la humanidad, a la que se dirige su palabra, su mensaje; su reinado está abierto a todo ser humano, sin fronteras, sin muros, sin concertinas. Y se ha manifestado para que lo que nos dice, para que lo que sabemos, no lo guardemos para nosotros, sino que lo compartamos y lo pongamos al servicio de los demás. Ya no hay, no debería haber para el cristiano, extranjeros.
| Texto y breve comentario de cada lectura | |||
| Primera lectura | Salmo responsorial | Segunda lectura | Evangelio |
| Isaías 60,1-6 | Salmo 71,1-2.7-8.10-13 | Efesios 3,2-6 | Mateo 2,1-12 |
Es otra historia
Si queremos entender los pasajes del evangelio que se refieren a la infancia de Jesús debemos dejar de considerarlos historia, en el sentido moderno de la palabra. Los evangelistas no pretenden contar, con pelos y señales, unos hechos que sucedieron en un lugar concreto y en una fecha precisa; lo que quieren es comunicar de parte de Dios un mensaje que, si lo pusiéramos en práctica, nos serviría para encontrar, para todos, felicidad y paz. Los evangelios son el testimonio que las primeras comunidades cristianas nos dejaron acerca de su fe y de lo que, como consecuencia de haber creído, cambió sus vidas. Ahora bien: como su fe no consistía en aceptar una teoría, sino en ponerse del lado del Hombre, en quien Dios quiso compartir la existencia humana, su testimonio arranca de los principales hechos —históricos, sin duda— de la vida de Jesús. Pero los evangelistas, según práctica frecuente en aquella cultura, no sienten ningún reparo en modificar determinadas circunstancias o, incluso, en inventarse relatos enteros, si esto les sirve para explicar mejor el mensaje que ha cambiado y dado pleno sentido a su propia vida y a las de los demás miembros de la comunidad, mensaje que quieren proponer a todos los que los quieran oír, a todos los que estén interesados en ese nuevo modo de creer y de vivir.
El de la adoración de los Magos —como la mayoría de los que se refieren a la infancia de Jesús— es uno de estos relatos; en él Mateo adelanta una de las enseñanzas centrales de la predicación de Jesús y que, con otro estilo, resume Pablo en el párrafo de la carta a los Efesios que se lee hoy como segunda lectura: «que todos los pueblos, mediante el Mesías Jesús y gracias a la buena noticia, entran en la misma herencia, forman un mismo cuerpo y tienen parte en la misma promesa», es decir: que toda persona, sea cual sea su origen, el color de su piel, la lengua en la que se exprese, las tradiciones religiosas que profese o el lado de la frontera en el que haya nacido, está llamada a incorporarse al proyecto de convertir este mundo en un mundo de hermanas y hermanos, porque Dios se ofrece para ser el Padre de quienes como tal lo acepten, sin ningún tipo de discriminación. Eso es lo que nos quiere explicar Mateo con la historia de estos extranjeros —los magos no son israelíes, vienen de Oriente— que se acercan a rendir homenaje al recién nacido: que Dios no hace diferencias entre los seres humanos ni por la raza, ni por la nación, ni por la cultura, ni por la religión...
Todos eran intelectuales, pero...
Los magos —Mateo no dice cuántos eran— no eran reyes, ni funcionarios de ningún gobierno; eran científicos, lo que hoy llamaríamos intelectuales. Se dedicaban a estudiar las estrellas, en donde los hombres siempre han intentado leer la historia por adelantado. Mateo dice que en las estrellas descubrieron la noticia del nacimiento de un rey, el rey de los judíos. Aunque el evangelio no lo dice expresamente, debemos entender que en aquel nacimiento supieron ver la mano de Dios. Y se pusieron en camino —actuaron en consecuencia; su ciencia, la verdad que habían descubierto, les sirvió para su vida— y se fueron a rendir homenaje y a ponerse al servicio de aquel rey recién nacido.
Cuando llegaron a Jerusalén fueron a preguntar al palacio real. Allí no había ninguna vida nueva —pronto se demostraría que aquél era un reino de muerte—. Herodes, rey ilegítimo que reinaba gracias al imperio de Roma, temiendo por su trono, convocó a los mayores expertos en las cuestiones de Dios, a los letrados y a los sumos sacerdotes, para que le aclararan qué estaba pasando.
Por supuesto que supieron darle respuesta; también eran sabios, conocían al dedillo la palabra de Dios y todos los anuncios de los profetas y respondieron adecuadamente: «En Belén de Judea, así lo escribió el profeta». También ellos eran intelectuales, lo sabían todo pero ¿para qué les servía su ciencia?
Pues para ponerla al servicio de un poder tiránico y opresor al que ofrecen los datos que le permitirán atacar con todos los medios la esperanza que acaba de hacerse carne en medio de la humanidad y, como se irá viendo en el evangelio, también les servirá para conseguir y mantener sus privilegios, para engañar y explotar al pueblo al que trataban de ocultar la verdad que tan bien conocían y que tan poco les interesaba que se conociera.
En resumen, estas son las dos principales enseñanzas de la fiesta y del evangelio de hoy:
- Dios no hace distinciones entre los hombres; aunque prefiere a los pobres, todos están invitados, en Jesús, a ser sus hijos. El proyecto que él propone se dirige a toda la humanidad; tiene, por tanto, un carácter universalista. Ningún pueblo es ya el pueblo de Dios; lo es, o lo está invitada a ser, toda la humanidad.
- La ciencia, la sabiduría debe estar al servicio, no del poder o de nuestros privilegios, sino de todos los que necesitan y buscan justicia y liberación.
Saber para saber vivir y convivir
Hoy el saber parece que ha perdido valor porque importa más el resultado de lo que se afirma, su utilidad, que la verdad. Por eso se niega lo que la ciencia afirma si esto repercute negativamente en los beneficios económicos: se niega el cambio climático porque esto perjudica, por ejemplo, a determinadas empresas. No importa que ese cambio haga prácticamente imposible la vida humana, no importa que ese cambio esté ya haciendo insoportable la vida de las personas y los pueblos más vulnerables, ni que esté provocando un alarmante aumento de la desigualdad entre las clases sociales y entre las naciones más y menos desarrolladas.
La ciencia, el saber puede, como confirma la experiencia, ponerse al servicio del dominio y de los privilegios de unos pocos; y esto acaba causando el sufrimiento, e incluso la muerte, de millones y millones de seres humanos.
Aunque, este momento de nuestra historia, está sucediendo algo todavía más grave: se está provocando la ignorancia y se está usando la mentira para garantizar que la injusticia y la desigualdad acaben triunfando.
Pues el mensaje del evangelio de hoy nos está diciendo que la verdadera ciencia, la que busca la verdad, será muy valiosa para el ser humano y para la sociedad, solo si se pone al servicio de la justicia, la dignidad y la vida de todas las personas, de todos los pueblos. En ese caso, será un elemento indispensable para lograr que el ser humano vaya creciendo en busca de su plenitud y alcance modelos de convivencia armoniosos, libres y justos.
En el reino de ese niño no hay extranjeros
En el reinado de Dios no hay extranjeros. Nos lo dice el relato de los Magos de Oriente; porque ese reinado quiere abarcar a toda la humanidad. Nos lo dice conceptualmente el apóstol Pablo: «Ya no hay más judío ni griego; esclavo ni libre, varón o mujer, pues vosotros hacéis todos uno, mediante el Mesías Jesús.» (Gal 3,28) Este es uno de los objetivos centrales de la misión de Jesús: ofrecer a toda la humanidad un modo de vida y convivencia que se puede resumir de esta manera: vivamos como hermanas, vivamos como hermanos, hijas e hijos de un mismo Padre. Y comportémonos como tales.
En la mentalidad de Israel entre israelíes y gentiles se abría un abismo; ese abismo, esa barrera divisoria ha sido eliminada por Jesús: con toda claridad lo expresa Pablo «Ahora, en cambio, gracias al Mesías Jesús, vosotros los que antes estabais lejos estáis cerca por la sangre del Mesías, porque él es nuestra paz: él, que de los dos pueblos hizo uno y derribó la barrera divisoria, la hostilidad, aboliendo en su vida mortal la ley de los minuciosos preceptos; así, con los dos, creó en sí mismo una humanidad nueva, estableciendo la paz, y a ambos, hechos un solo cuerpo, los reconcilió con Dios por medio de la cruz, matando en sí mismo la hostilidad.» (Ef 2,13-15)
Vivimos un momento de miedo, si no de odio, al extranjero. Especialmente en los países ricos, crece el rechazo a los inmigrantes, o, por ser más preciso, a los inmigrantes pobres. Lo más grave es que, con demasiada frecuencia, se justifica ese rechazo con la pretendida defensa del carácter cristiano de nuestra sociedad.
Esa actitud y esas políticas son, parece evidente, absolutamente incompatibles con la fe cristiana, con la adhesión a Jesús de Nazaret y a su proyecto de humanidad. No podemos reivindicar nuestro cristianismo siendo infieles a su esencia universalista en la que el valor máximo es la persona, el ser humano, por encima de razas, de nacionalidades y de cualquier otra excusa para separar y dividir a los que la naturaleza y la fe nos hacen iguales en derechos y en dignidad.
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1.- "No me llames extranjero" es el título de una emotiva canción de Rafael Amor que se puede escuchar aquí. La letra se puede leer aquí.